Desamores sin papas
- Cristian Daniel Ferrero
- Sep 2, 2020
- 5 min read
Updated: Dec 21, 2020
Esta historia es un fracaso, es dolor, cariño no correspondido, responsabilidades no asumidas. Por mas que a muchos les parecerá cómica no lo fue, no lo es ni lo será, de hecho, es una de las más inertes historias de amor que narraré o mejor dicho les narraremos:
A ella la conocí usando esa aplicación de citas, acordamos sin rodeos lugar y hora: plaza España frente al palacio Montjuic, torre derecha, en la ciudad de Barcelona a las 5 pm. Llegué 5 minutos antes, todo un caballero, nervioso la esperé hasta que apareció, no tuve dudas de que íbamos a ser una excelente pareja.
Yo sola no podía ni quería ir a nuestro primer encuentro, me daba nervios e inseguridad ¡ustedes saben lo que se dice de los latinos! así que me acompañaron; ambos se lo tomaron bien sobre todo él, fue muy cordial con mi acompañante hablaron brevemente sobre dinero y algún que otro comentario sobre mi cuerpo que no me molestó, era de esperarse ¡hombres! cuando ya todo estaba calmo y en confianza ellos arreglaron que ya era seguro quedarme a solas con él, el latino.
Ella vestía un enterito verde metalizado claro muy ceñido al cuerpo que la hacía relucir sus líneas, sus hombros trazaban dos diagonales paralelas exageradamente femeninas que se juntaban en sus piernas, un tatuaje de su nombre CONOR muy sensual en un amarillo avejentado.
El apareció encapuchado, lo rodeaba un aire de vergüenza como queriendo no estar presente del todo, su pantalón vaquero roto y ojotas con medias me dio una sensación contradictora. Un pobre, desalineado o croto como se que dicen en argentina, pero para venir así a una primera cita debía sobrar personalidad o de eso me quise convencer.
Fue amor a primera vista, aunque no voy a negar que me incomodó cuando la vi, sabia de su amputación educadamente no se lo hice notar. Sin querer nuestra primera cita había comenzado hicimos parados todo el recorrido, no tomamos asiento nunca, nos acariciábamos las manos durante ese subir y bajar carruselezco, paseábamos en silencio, algunos oxidados ruidos expresaban nuestro encanto mutuo como tambien la extrañeza de afecto.
Era un tierno, un chico muy majo, agradable, su primer regalo fue un sillín o asiento como le dicen en Sudamérica, un tanto anticuado, retro, pero me gustaba. Eso nos dio más cercanía, los paseos se alargaron, no necesitábamos descansar y ahora pasábamos desapercibidos en medio de caricias con cambios de intensidad.
No tardé en darle los primeros regalos, un sillín, una linterna, pero el que más le encantó fue un collar de casi tres metros de largo, tenía un dije con forma de candado que le otorgaba un aire feudal y la cadena gruesa, resistente, tan plateada como luna llena.
Lo del collar fue una falta de gusto total, pero valoraba su actitud, el problema era caminar o correr con semejante adorno, lo solucionamos guardándolo en un “set back chain” como él le llamaba en chiste, en realidad era una especie de bolsito o riñonera que iba fijo a mi cintura una artesanía que cargaba con tanto amor como falta de estética, era una botella plástica cortada a la mitad (como la que usan cuando se toma vino barato) que era realmente espantosa, pero hacia juego con mi vestido verde y ese detalle me daba ternura.
Ella amaba el collar, aunque diga lo contrario, no se lo sacaba nunca y yo lo sabía cuando nos separábamos y quedaba sola en una esquina, apoyada en algún poste o donde fuera, extendía el collar para relucirlo, desfilaba por todo su cuerpo evitando dejar lugar sin sujetar.
El ruido que hacia ese collar era ensordecedor, espantoso, parecía un cencerro, una cabra por la ciudad, comencé a odiarlo, la gente se burlaba de mí, sus amigos se burlaban de mí, sobre todo una amiga de él se burlaba de mí, una tal Carolina que lo peor de todo no recuerdo si nos conocimos personalmente, pero a partir de ahí empezó a descentrarse nuestra relación.
Por la azotea de aquel altillo del rabal la miraba, ahí abajo, esperándome para la próxima cita, callejera, rebelde, con una personalidad revolucionaria y salvaje.
El comenzó a confiarse de lo nuestro, un poco se relajó, al comienzo dormíamos más veces juntos, pero con el tiempo parece que ya no le apetecía, la relación nos iba poniendo un freno.
Le comenté del proyecto que tenía para nosotros ¡era perfecto! más tiempo juntos, más experiencias compartidas, ganaríamos algo de dinero y conoceríamos en el período navideño cada rincón de esta bella ciudad catalana.
Yo la verdad que jamás le dije que me interesaba su propuesta, tampoco se la pinché, necesitaba pensarlo. Solo le comenté que lo que me gustaba de nuestros paseos es que eran sin horario, sin compromisos y duraban el tiempo que tenían que durar. Improvisábamos.
Quizás fui un poco intenso con lo del proyecto, estaba muy entusiasmado, día tras día y noche tras noche ella aceptaba volver a vernos, a mi entender era más que obvio que quería compartir ese plan conmigo, podía intuir que estábamos recuperando el amor perdido.
Con más frecuencia me exponía a actitudes bipolares, por momentos me quitaba el aire se volvía asfixiante y por otro lado me daba libertad al extremo de abandonarmeme. Me ponía a pruebas todo el tiempo, me exigía que vayamos más rápido y en otros instantes le daba vertigo nuestro avance era totalmente agotador. No se quedaba mirandome al despedirnos tanto como le hacía creer al resto eso fue sólo al principio, muchos se me acercaban me tocaban me miraban, todos me preguntaban por mi collar. Con el subir y bajar del sol opté por dejar de aclarar que tenía uno fijo, como ya les aclaré: vengo de la calle, de los barrios pecadores, donde nadie tiene dueño, pude resistirme las primeras noches, y de a poco, entre cerveza y porro me sinceraba de que me disgustaban sus regalos y que ese maldito proyecto nos estaba arruinando.
El día anterior aceitamos juntos las ideas y nos alineamos precisamente para no dejar nada suelto. Estábamos entusiasmados y derrapando ansiedad por doquier.
¡Y bueno! así fue como llegó la noche trágica, donde decidí irme, no participar, no me interesaba para ser sincera. No puedo asegurar que fue 100% decisión mía el huir, resumiendo creo que fue una cadena de sucesos que imagino sabrán interpretar con lo que ya les conté. Obviamente el aún no lo sabía, ni se lo esperaba. Desconectados 100%
Había llegado la noche tan esperada, debutaba nuestro deseo juntos, me cambie, me bañe, también me perfumé y esperé sentado en el sillón muerto de calor y odiando a mi maldita ansiedad pero preparado: casco sobre el gorro de lana, guantes, campera polar más el rompe vientos, calzas y la mochila de Glovo puesta: restaba esperar a que el teléfono avisara…y sonó: era la señal y las instrucciones a seguir: “ir a Mac Donals para buscar dos hamburguesas dobles, con papas y dos cocas light, y llevarlas al barrio del example, calle Calabria 201”.
Cerré la puerta del ático, baje un piso, dos, tres, cuatro llegué a planta baja y al mirar a través de la puerta de vidrio que me separaba de la calle comencé a sospechar lo peor, no podía verla desde allí, mi corazón comenzó a latir rápidamente, mis piernas seguían hacia la puerta con una pesadumbre inaguantable, mi cerebro recordaba cada detalle de nuestra hermosa historia, paseos por la playa, el raval, cuando me presentó a manu chao, las idas al estadio a ver al Barcelona de Messi, salidas de tapas y los regresos borrachos juntos, riéndonos, cantando, desequilibrados.
Tomé el picaporte de la puerta, abrí, ella ya no estaba, tampoco la cadena.
La Connor se había ido.
Una hamburguesa huérfana en un mostrador.
Un trabajador siendo su propio jefe fracasa en su primer día de trabajo, abandonado y sin movilidad.
Un candado es forzado…una bici es robada en Barcelona ¿por segunda vez?

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