La Verdadera mano de Dios
- Cristian Daniel Ferrero
- Oct 13, 2020
- 4 min read
Es abril del año 1986, tengo 12 años y soy monaguillo de la iglesia de virgen de Fátima y arquero del club Los Cuervos de un pequeño pueblo de Tucumán. Como arquero soy bastante malo pero no soy cualquier monaguillo, te explicaré:
Hay monaguillos que sólo van a ayudar al cura los domingos para hacerse ver, falsos, caretas que sólo pretenden vender su imagen de santos; bien vestidos, con gomina y reloj, de colegios privados; malditos tribuneros que ayudan en la iglesia solo los findes de semana cuando rebalsa de sus familiares que no desean perder su estatus social.
Y por el otro lado, estamos los monaguillos de lunes a viernes, de misas con tres viejas y un borracho, no nos importa la fama ni la gloria, le hacemos el aguante al cura, a Dios, la virgen y todos los santos. Nos mueve la pasión de limpiar la sacristía, prender velas, ayudar a las viudas en el tráfico ilegal de agua bendita, limpiar estatuas de santos. Dentro de este grupo yo era el mejor, en misa podía percibir el momento exacto cuando el pan se convertía en cuerpo de cristo, hablaba latín, sin importar donde esté si sentía olor a incienso corría a la parroquia (una misa-señal). Siempre mal vestido, con olor a níspero y caña de azúcar, parches en los codos, pero un monaguillo profesional, experimentado y el cura de mi barrio lo sabía, el padre Chacho no era ningún gil, varias catedrales fracasaron intentando comprar mi pase, Chacho me consideraba intransferible.
Cuando llegaba pascua, el domingo más importante del año, Chacho me suplicaba hacer una excepción y ayudarlo; yo era el capitán, no fallaba. Y así llegó el maldito domingo de Resurrección del mes de abril, sin saberlo iba a ser mi última misa, como de costumbre junté a los monaguillos y curas novatos y les ordené que estén concentrados, que no se distraigan con las cámaras ni con las tribunas, que confiaba en el equipo, la formación: 4-4-2.
Comenzó el primer tiempo de la misa: varios venían con alegría, cantando venían, el aliento de Hosannas desde las alturas y las furiosas respuestas de Glorias desde el cielo, la popular no paraba de alabar, bendecir, adorar y glorificar, una colecta se inició, no hubo sorpresas en los primeros cuarenta y cinco minutos.
En la etapa final de esta celebración se leían historias antiguas y también nuevas, huérfanos acusaban que el padre es nuestro, una gresca se calmó dándonos la paz y llegó el momento más importante y esperado: la carne se convirtió en pan y comenzó a distribuirse entre los fieles, todos comulgaban yo organizaba y distribuía. Un sacerdote acompañado por un monaguillo cubría el ala derecha, otra dupla la izquierda, fondo y veredas; el padre Chacho conmigo atajábamos el pasillo central, nos atacaban los oligarcas, dueños de casinos, traficantes, enanos, políticos, monjas y travestis, todos venían en dos hileras. El padre Chacho, su copón rebalsado de hostias consagradas y yo, una trinidad infalible, un despliegue perfecto, la patena (o bandeja, como le dicen los monaguillos novatos) atajaba invencible las hostias que se caían.
Cuando ya no quedaba más nadie en el terrero, sólo el padre Chacho, un monaguillo inexperto que se acercó y yo es cuando me toca comulgar y es en este preciso momento cuando esta historia comienza, y hay dos detalles importantísimos que hicieron de esta historia mi infierno:
El primero es que en ese tiempo sólo los sacerdotes podían tocar algo tan sagrado como la hostia, era impensado agarrarla, pecado mortal, no era una opción.
El padre Chacho acercó al cuerpo de Cristo a mi boca, pegó en el labio superior, reboto en el colmillo izquierdo, mi lengua trató de contenerla, pero fue en vano, como una moneda sorteando el inicio de un partido la hostia giraba en dirección al suelo. Desde los primeros bancos y a modo de ola, un “uhh” llegó hasta los perros de la vereda, todos se agarraron la cabeza, otros se persignaban, mi mamá se desmayó. ¿Por qué tanto drama? porque aún no te conté el segundo detalle:
Todos los feligreses locales sabían que el padre Chacho tenía una extraña enfermedad que solidificó completamente su columna vertebral imposibilitándole agacharse.
La situación era crítica hasta para un experto como yo, Jesús en forma de hostia nos miraba desde las baldosas, yo miraba al padre Chacho con un nudo en la garganta sabiendo que estaba prohibido tocar esa hostia, el padre Chacho me devolvía su mirada sabiendo que yo tenía razón, pero que era imposible para él brindarme alguna solución. Los susurros corrían por doquier, las viejas de adelante sentían una prohibición orgásmica, Jesús desde la cruz levantó la vista, el coro hizo silencio, las velas se apagaron, judas miraba cómplice desde un vitral, las campanas comenzaron a sonar, la temperatura bajo a cero, un cuervo se posó sobre Baltazar pero nadie lo notó.
Paralizado y en pánico miraba la hostia sospechando todas las maldiciones que caerían sobre mí, calculaba cuantas oraciones de penitencia debería cumplir por tamaño pecado sabiendo que por pegarle a mi hermano rezaba cuatro credos y quince Ave Maria cada noche, el padre Chacho inmóvil prometía absorberme de todo pecado. Tuve que sacrificarme, ya no podía soportarlo, me agache, tomé la hostia, miré al altar...la tenía adentro.
No tardé en enterarme del complot, el inexperto monaguillo omitió adrede la táctica pactada tantas veces ensayada de acompañarme con su patena mientras yo comulgaba por si algo sucedía.
Meses después Maradona anotaría un gol con la mano a los ingleses, en el mundo entero se perpetuaría esta jugada como “la mano de Dios”, en todo el mundo menos en mi pueblo donde aún susurran ese atributo al verme pasar. Lo que nadie sabe es quea partir de aquel suceso ya no controlo mi mano, jamás volvió a obedecerme, está maldita, poseída, no ataja más, tira piedras, me masturba sin parar, manosea a mujeres y hombres, roba, pelea.
El Diego dijo que al gol no lo hizo con su mano ¿lo habrá hecho con la que era mía?
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