top of page
  • Black Facebook Icon
  • Black Instagram Icon

HONGO -Experiencia Alucinógena

  • Writer: Cristian Daniel Ferrero
    Cristian Daniel Ferrero
  • Jan 13, 2021
  • 11 min read

Updated: Apr 9, 2021

Si alguna vez te encontrás solo, desorientado y sin entender que estás haciendo en un rincón remoto del universo, la siguiente hoja de ruta posiblemente te ayude a entenderlo y a encontrar el camino de regreso: cruzando miles de galaxias buscarás Andrómeda, luego te dirigirás hacia la vía láctea, derecho hasta nuestro el sistema solar, cuidado con Plutón que es impredecible, lograrás ver nuestro planeta tierra, nuestra luna, atravesarás la atmosfera, navegarás sobre América, cruzarás el Océano Atlántico, sobrevolarás el Indico y desde allí deberás ubicar entre las mil setecientas islas pertenecientes a Indonesia tres muy pequeñas y cercanas entre ellas llamadas “las Gilis”, iras a la más grande, la Gili T, llegarás a la recepción de un hotel que pocos conocen, estarás sentado en una butaca y sobre el mostrador habrá un vaso de vidrio vacío. Le preguntarás al recepcionista si ese vaso contuvo un batido espeso de color verde hecho de hongos. El dirá que sí. Eso lo explicará todo. El origen del itinerario.


No sé si me animaría a repetirlo, pero no dudo en afirmar que deberíamos pasar por esto, aunque sea una vez en la vida. Tampoco pretendo hacer apología de este alucinógeno, ni discutir si un hongo es droga o no. Plasmaré en estas líneas un viaje único, irrepetible, cargado de emociones e intensidad, sorprendente y por momentos aterrador, un pasaje de la conciencia a la inconciencia, un encuentro con nuestro interior y con un afuera que existe, existió y existirá.

¿Por qué es sugerida esta isla, la Gili T? por dos motivos, primero: está preparada para contener y cuidar a turistas que quieran consumirlo. Segundo: es tan diminuta que lográs darle la vuelta completa en un par de horas caminando, es como una muestra gratis de isla y gracias a esta característica podés asistir a algo maravilloso: ver el amanecer del lado este, y por la tarde caminar a contemplar el atardecer del lado oeste, un doblete de sol, un nacer y morir del astro, verlo fundirse en el mar en un baile único de naranjas y violetas, dos veces.

Sentados en la recepción preguntó el barman naturista: ¿Qué medida van a querer?, deduciendo correctamente a que se debía nuestra visita. Lo miramos sin saber que contestar, ¿médium o large? Aclaró. “el más chiquito” contestamos unánimemente.

Un médium para cada uno. Verde alga, espeso, de un olor débil y sabor aceptable. ¡Salud y adentro!


Tomamos el batido cerca de las cinco de la tarde y comenzamos a cruzar la isla hacia su lado oeste a presenciar el atardecer. Durante la caminata el entorno parecía normal: casas humildes hechas de bambo, palmeras custodiándolo todo, animales de granja sueltos y el sendero que nos guiaba cruzando entre patios y baldíos. Mientras caminábamos nos preguntábamos si alguno percibía algo extraño. Nada.

Miré mis manos, eran las mías, las di vuelta, ¡que carajo pasa! Las palmas de mis manos no me eran familiares, no las reconocía, me resultaban extrañas, ajenas a mi cuerpo, tampoco sabía de quien eran, y comencé a tentarme, se lo comenté a Pini y comenzamos a reírnos, el miraba las suyas y tenía la fortuna de que ambas caras de sus manos le pertenecían. La China, nómade mujer de mundo que conocí en Australia, se sumaba al viaje honguero. Se retrasó en la caminata, quedo rezagada mirando fijamente a unas gallinas que corrían libremente por el terreno baldío que cruzábamos. China ¿estás bien?, le preguntamos; ¡sí!, dijo, mientras continuaba mirando con sorpresa a los animales, ¡vamos China, apurate!, se acercó al grupo y nos contó que las gallinas estaban jugado un partido de futbol muy reñido, táctico y sobre todo entretenido. Nos empezamos a cagar de risa, tentados. Los síntomas de a poco se hacían notar.


El sentido del tacto comenzó a distorsionarse.


Al llegar a la playa, todo el cuerpo se notaba raro, revolucionado, nos sentamos en la arena y comenzamos a conversar sobre lo que experimentábamos. Diego, un chileno que en tres oportunidades anteriores había tomado hongo sin provocarle ningún efecto anticipaba que quizás era uno más de esos hongos truchos que venden a los turistas.

Miré al cielo, y ahí vino el primer susto, ¿Qué les pasaba a las nubes? Estaban pixeladas, ¡si pixeladas! Sus colores se componían de pequeños hexágonos vecinos, miraba asombrado, sin poder creer, el cielo azul lucía un poco más cuerdo.

El agua parecía irse, y volver, también afectada por esta pixelación, la composición de las formas y colores las fijaban los hexágonos, un mundo como un panal de abejas, viviente, movedizo.

A esta altura poco parecía normal y se nos iba haciendo normal lo que de a poco se nos a-parecía.


El sentido de la vista comenzó a distorsionarse.


Por un tiempo nos quedamos atrapados en un silencio contemplador, unos con ojos abiertos, otros cerrados, los sentidos comenzaban a incrementar su sensibilidad llegando a limites que saturaban su funcionamiento, una rebelión que los volvía anárquicos. Yo al cerrar mis ojos veía imágenes rectas con una simetría perfecta, escaleras que sumaban y restaban peldaños, todas esas figuras en milimétricos movimientos matemáticos, como la apertura de la serie Game of Throne, se hundían, sobresalían, se transformaba constantemente, bloques que aplastaban a otros, paredes que se levantaban, siempre espejado. Lo disfrutaba de una manera inconsciente. Es difícil de explicar, no era yo mirando esas figuras diciéndome “guau que copado”, sino que era yo ahí, con ellas, sin saber que estaba ahí, pero admirándolo.

Estimo que paso una hora aproximadamente hasta que volvimos de aquel primer subidón. Comenzaba a sentirse ese oleaje que nos habían anticipado, ese ir y venir del efecto sinusoidal.

Detrás de nosotros había un hombre apoyado en un tronco blanco, esos troncos que los años de mar, arena, viento y lluvia han dejado pulidos de un pulcro blanco salitrosos, cuando volví a mirar a aquel hombre, se encontraba apoyado en una foca, una foca blanca y gorda de ojos negros grandes que me miraba fijamente, unos ojos con pupilas gigantes, una mirada que me hacía enternecer completamente. La miraba fijamente, como debo haber mirado a mi mamá al nacer, la foca era dulce, sentimental, quería ser mi amiga o algo más, al mover sus bigotes denotaba una sonrisa. No podía dejar de mirarla, de mirarnos, estaba enamorado de esa foquita. Chicos, ¿ese hombre tiene una foca de mascota? Miren donde está apoyado, pregunté buscando quorum al grupo.


Nos comenzamos a reír como idiotas a carcajadas, de esas risas que te hacen doler la panza, lagrimear y no poder frenar. ¡Que linda foquita webon! ¡Que foquita más linda!, dijo Diego en un acento chileno que por primera vez en mi vida me parecía un cantar poético, el acento chileno sonaba armónico, pareciera estar diseñado exclusivamente para adjetivar focas mientras uno esta drogado. Tuvimos que dejar de mirar a la foquita, era el único remedio para que el dolor risueño nos dé una tregua, de reojo continuamos un rato más observándonos, pero sabiendo que nuestro amor había fracasado.

En el primer estado de “lucidez” decidimos ir a comprar agua ya que la sed asechaba. El más serio del grupo, el Pini, llevaba el dinero para ejecutar la compra, los billetes son trasparentes nos decía mirándolos una y otra vez sospechando si los iban a aceptar. Es porque estás drogado, le argumentaba mientras hacía un esfuerzo exorbitante por modular. Mi mandíbula tenía su viaje propio, cada parte del cuerpo parecía tener el suyo. Me miré en el espejo de un baño y no me veía a mí, tampoco sé a quién.

Llegó una nueva ola, un calor comenzó a subir por mis entrañas, recorría mis venas, cada rincón de piel, pulmones, sentí una hoguera interna que salía por cada poro, una mezcla que roza el umbral de esa extrema energía que puede derivar en un desmayo, incomodidad, ataque de ansiedad, pánico risa o ganas de bailar. Es algo que empieza a poseerte mientras no paras de bostezar y eructar.

Me senté en la arena y mi sentido del oído ascendió a un nivel de sensibilidad tal que me aturdía la conversación grupal.


El sentido del oído comenzó a distorsionarse.


Decidí alejarme, caminé como a tres metros y me tiré en la arena contemplando el cielo nocturno. Era tal el movimiento anormal de cada objeto de la noche que decidí nuevamente cerrar los ojos y seguir contemplando ese danzar de las figuras en mi cabeza como escamas de víboras de tatoos orientales. Lo que siguió es difícil de creer y más aún describir o tratar de representar en estas líneas bidimensionales algo que superó y distorsionó las formas de lo que normalmente conocemos: locura, los límites de los planos sensoriales eran difusos, sensaciones desconocidas, y miles de etcéteras más. ¡Prepárate! activa al máximo tu imaginación y tu credibilidad, esta segunda cresta no es apta para escépticos.

Mientras estaba acostado con las piernas y brazos abiertos haciendo el angelito, de pronto la arena cedió, me hundí, me sumergí exactamente lo necesario para quedar pecho arriba al mismo nivel que la superficie de la playa, nunca sentí miedo, ni pánico, ni asombro, era natural lo que sucedía, no era yo, era parte de un todo que nos manipulaba orgánica y armónicamente. Al tiempo de estar hundido me desintegré, ya no era mi cuerpo, ya no era cuerpo, era arena, mejor dicho, me había convertido en esa playa, éramos uno, parte, pares. Un punto azul translucido apareció y se ubicó arriba de mi frente o donde hubo frente y ese punto azul tenía una identidad muy clara, era mi conciencia, lo único que quedaba de mí, ya no pertenecía a las tres dimensiones conocidas. Con una velocidad astronómica mi yo punto azul repasaba recuerdos, pensamientos, personas, objetos, situaciones alegres, dolorosas; sentía extrañar, amar, sentía sentirme. No eran imágenes, ni sonidos, ni olores era sabiduría sensorial acumulada, era yo desintegrado. Ni todas las computadoras del mundo entero podrían procesar la cantidad y a la velocidad que todo eso acontecía.


Paso seguido la cuarta dimensión también desapareció, en realidad comencé a………no sé qué verbo usaría en este caso, porque no fue movimiento, tampoco un romper la barrera del tiempo ya que el tiempo no existía, no tenía sentido aquí, podríamos llegar a un acuerdo y decir que me teletransporté, mi conciencia en realidad se teletransportó.

Al principio no percibía nada, había silencio, calma, negrura por doquier hasta que pude darme cuenta donde estaba: en el Bing Bang, pero no el Bing Bang que conocemos sino el primogénito. Sin lugar a dudas ahí estaba, contemplando el universo en su estado de niñez, donde la inmensidad actual era un punto, todos los universos que alguna vez existieron cabían en este insignificante e inmaterial punto, Aquí no corría el tiempo, no existía, la totalidad era conciencia, una diosa llamada Quietud, pero una quietud llena de vida, ahí yacían los presentes, pasados y futuros de todos los universos que existieron, existen y existirán. Era estar presente en el único presente real que existió.

Volví de aquella calma siendo lluvia cósmica, literalmente cósmica. Un chaparrón constante y suave de polvo de estrellas, un polvo diminuto pero milenario caía en la arena. Y esas micropartículas de estrellas daban nuevamente vida al reloj, al movimiento, a la individualidad: empecé a sentir las puntas de mis dedos, luego los tobillos, muñecas, rodillas, codos, piernas, brazos y por último con mi cabeza concebí mi corazón latir. No me animaba a probar la reestructuración molecular, como esos despertares de anestesia donde aún no poder moverte y te da claustrofobia, me tomé mi tiempo, las puntas de mis dedos respondían, mis brazos, piernas y ojos. ¡que alivio! Me senté mirando el mar, atónito. Mi primer pensamiento “consciente” fue: no soy nada, nadie, insignificante, pero al mismo tiempo soy parte del todo, cada ser es parte de todo, todo es parte de todo y no sólo del ahora, sino que somos lo que fue el origen del universo, del presente y de lo que será. Seremos tiempo y materia.

Somos tan nadie como eternos, tan totales como efímeros.


Me paré, y fui hasta mis amigos, es increíble el estado de coherencia y sensibilidad que uno conserva, no quería molestar a nadie ni interrumpir sus viajes. Ya cerca de ellos, Pini me miró, lo miré:

- Yo: ¿Pini, estas acá?

- Pini: Si

- Yo: no te lo vas a creer ¿a que no sabes de dónde vengo?

- Pini: ¿de dónde?

- Yo: Del Bing bang, del origen del universo.

- Pini: Yo estuve reunido con el payaso diabólico IT y con el muñeco Chuky.

- Yo: uhhhh, ¿fue feo, la pasaste mal?

- Pini: NO, para nada, son re piolas los dos, hablamos mucho.


El grupo completo volvió, la segunda ola, que iba a ser la más intensa y profunda de todas había pasado. Fuimos a comprar más agua y algo dulce, cada subida te desgasta física y mentalmente.

En el camino a proveernos de algo dulce y más agua, cuando mi mandíbula rebelde me obedeció sucedió algo no pactado con mis cuerdas vocales, dije en voz alta “por favor ya basta demonio, fuera de mi cuerpo” lo que ocasionó una risa grupal sin precedentes, pero no por mi frase, sino por el acento con que salieron mis palabras. Hablaba con un acento cubano típico, ese cubano que se habla en los bares para locales cerca del malecón. Era víctima de una posesión diabólica, pero del demonio más gracioso, amable y simpático y que fue capturando casi a todos. Cuando le suplicábamos en voz alta que abandone nuestros cuerpos lo hacíamos en un cubano hasta con aliento a habano. No pudimos parar de hablar como cubanos, entre carcajadas que te acalambraban la panza. Al llegar al kiosco nuevamente le preguntamos el hombre del kiosco cuanto tiempo había transcurrido entre esta compra y la vez anterior: nos dijo que como una hora. Era difícil asimilar como hace una hora podríamos haber estado “cuerdos” viendo lo que fue la segunda subida. Minutos de tregua, tomar agua, reírnos sin parar.

Al volver a la playa, le pedí a la China que me dé algo para hacer porque me ponía nervioso el comenzar a sentir que una tercera ola llegaba y con ella el calor, eructos, bostezos, me tapaba la cara con la remera en una búsqueda inútil de adormecer los sentidos y deportar al fidel castro de mi vientre.

Todo fue inútil, arribó la tercera subida y yo a bordo, no tan intensa como la otra, pero con sensaciones nuevas, más acorde a mi energía corporal, me movía, caminaba, abría mis brazos abrazándolo todo el universo desde allí.


El sentido de tacto continuaba a distorsionandose.


La China estaba cerca, nos abrazamos, no sé cuánto duro, pero al instante del abrazo nos fusionamos en un solo cuerpo y nos convertimos en un árbol, un árbol gigante, grueso, milenario, sabio. Sentía y veía fluir una savia líquida que mutaba mezclando todos los colores fosforescentes que existen (nuestra sangre), salía desde la arena (nuestros pies) y circulaba por el tronco (nuestros pechos), alcanzaba cada rama (nuestros brazos, cabezas, pelos) y al llegar a las hojas se proyectaba hacia el cielo en miles haz de luz fosforescentes que continuaban atravesando todos los matices. Era poder verlo y sentirlo al mismo tiempo, uno mismo recorrido y admirando todas esas sensaciones, colores, fluidos, toda esa vida tan real como el abrazo.


El bajar de la tercera ola nos dio ganas de acercarnos a la sociedad, comenzamos a caminar por la playa y vimos a unos cincuenta metros un bar con fuego y unos hombres tocando tambores. Decidimos esperar un poco, por miedo y por el goce del silencio. Era una sincronicidad asombrosa la del grupo, llegaba la cuarta ola, bostezos, eructos, íbamos quedándonos sentados, en silencio, el calor resurgía, apoyábamos nuestra frente en las rodillas y allí nos quedábamos experimentado, figuras, sonidos, la sensibilidad de la piel tocando arena, piedras el agua del mar, etc. Al pasar el subidón levantábamos la cabeza como suricatas luego de una siesta, nos mirábamos y nos preguntábamos si estábamos bien, obviamente con el acento cubano. El exorcismo grupal no surtía efecto.


Nos acercamos a los tambores, los músicos eran hombres nativos de indonesia: delgados, petizos, tez oscura, pelo negro y largo; estaban en cuero. Tenía la sensación de estar en una fiesta de hombres de las cavernas, primitivo, salvaje, éramos la página 344 del manual Kapelusz de la escuela primaria donde estudiábamos la historia de los Neanderthal. Cerré los ojos y con cada golpe de tambor podía ver, y hablo literalmente, veía la nota musical y esta nota aparecía en el aire irradiando un trazo con un color correspondiente, cada golpe una nota y cada nota un color. Veía sonidos, y escuchaba colores. Los sentidos se cruzaban, no había límite claro donde trabajaba cada uno. Permanecía sentado, con mis ojos cerrados, moviendo mis hombros al compás de colores sonoros. Técnicamente: sinestésico.


Al carajo los sentidos, ya no sabía cuál era cual.


Al mirar la arena vi hormigas, pregunté al grupo si ellos también las veían y me confirmaron que sí. La quinta ola se había ido.

Destellos de hambre comenzaban a aparecer, las mandíbulas regresaban de su estado de sitio, el cubano se iba volviendo mas cordobés, y los sentidos daban tregua y cada uno volvía a su territorio, era una liviandad el caminar, levitábamos, en cada nueva pero pequeña subida nos sentábamos a contemplar el mar y la luna.

Regresando a la playa del amanecer, la tropa de hongueros seguía unida, no se si sana, pero si salva caminado la isla por su perímetro. Mis últimos ejercicios en estado de drogadicción se aproximaban a los de la vida real, me quedaba abrazado a los árboles, los sentía más vivos que nunca, muy sentimentales, me hacían bien.

Habíamos regresado, aunque no me atrevo a afirmar si nosotros mismos y al mismo lugar.


Diego se adelantó, giró, miró al grupo, y dijo:

¡Estos hongos sí que pegaron!


Lo dijo con un acento chileno que no sonaba muy agradable…

Comments


bottom of page