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NEPAL: Inicio de una Pandemia

  • Writer: Cristian Daniel Ferrero
    Cristian Daniel Ferrero
  • May 20, 2022
  • 9 min read

La mayoría de los destinos que recorrí, pasé, observé y hasta formé parte estuve previamente informado poco o nada de sus puntos de interés, recorridos, lugares famosos, etc. Pero en el caso de Nepal lo había estudiado, leído, aprendido: sus expediciones al Everest, K2, Annapurna, migraciones a través de los Himalayas, la vida de los sherpas, los tibetanos, etc. Mi plan de arribo a Nepal estaba creado y maduro esperando su ejecución desde hacía años, sólo aguardaba el verano correcto. Pero el destino a veces juega con nosotros y cuesta entender que no tenemos control sobre la totalidad de engranajes que tienen que girar para ejecutar ciertos planes. Como el clima, la salud, las condiciones en una montaña. Rebuscada, pero sin desperdicio es la definición de nuestro querido Borges “destino es la palabra que se le ha asignado a la infinita operación incesante de millares de causas entreveradas”.

El evitar quedarme solo, la incapacidad de enfrentar dicho estado me trajo para estos lados en un momento no esperado. Nueva Zelanda se había acabado súbitamente y me entero que se encontraba trabajando aquí un gran amigo (relación fraguada en noches catalanas) con un corazón tan inagotable como nuestros millones de proyectos que morían al nacer y de simpleza extrema como las promociones pakistaníes de cervezas en el Raval. En fin, me encontraba en Nepal en pleno invierno, sin nada de lo planeado, pero con EL FACU.


¿Que buscamos quienes nos arrimamos a los Himalayas? ¿Será ese cachetazo al ego que lo deja con una saludable sensación de inferioridad e insignificancia? ¿la paz que no hallamos en las ciudades? ¿la selfie con el Everest lejano y de fondo?

Al arribar a Nepal el primer impacto fue con su mística Katmandú, ciudad destruida por un gran terremoto hace unos años, un aglomeramiento caótico de transeúntes, motos, escombros y animales, donde los bueses no tiene carteles sino una cabeza viviente que se asoma por la ventana gritand el recorrido. Mixtura.



No es sorpresa ya para los lectores el saber que escaparé de la ciudad cuanto antes. En un bus de mas de 10 horas manejado por un conductor con pocas ganas de vivir y un insaciable apetito de asesino arribamos a Pokhara: puerta de ingreso a la famosa tierra del gigante Annapurna. Una de las 14 cumbres más altas del mundo. Parecerá raro porque la coloco dentro de las 14, y no en el “top ten” como estipula lo convencional y la respuesta es que en todo el mundo hay solo 14 montañas por arriba de los ocho mil metros sobre el nivel el mar (msnm en adelante) siendo el Everest la más alta de todas.

En esta localidad armamos la logística e intentamos completar la pobre indumentaria que teníamos para introducirnos en pleno invierno a alturas mayores a 4000 msnm. Debo aclarar (aunque no les sorprenderá que el bajo presupuesto aquí no es esquivo), que nos “equipamos” con lo mínimo: botas gruesas de ciudad; bolsas plásticas de supermercado como aislantes de soquetes; cuatro pares de medias berretas (tres en los pies y uno en las manos); 2 pantalones viejos; otra bolsa colocada en la canilla a modo de polainas; camiseta mangas larga; remera; busito; buzo; buzazo; campera; tentativa de impermeable; cualquier trapo que cierre el paso del viento por el cuello; anteojos de peatonal; gorra playera olvidada en el fondo de un cajón. Algo más o menos así:



Estábamos en febrero del año 2020, China situada detrás de esta cordillera comenzaba a cerrar todas sus fronteras por algo llamado “coronavirus”. Nuevas palabras “pandemia y covid” entendibles en todos los idiomas migraban por los Himalayas tal como hicieron muchos tibetanos escapando del asedio chino años atrás. No se sabe nada más al momento.

En el comienzo del recorrido llamado Mardi Himal nos encontrábamos aproximadamente a 2500 msnm. Hay una rústica vegetación, árboles no muy altos y de débil follaje, tímidos y salvajes pájaros asoman curiosos. Bosques de niebla comienzan a despertarse con las primeras luces. Todo parece tenebroso, hostil e incómodo pero ajeno, externo al caminante.


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Caminaba senderos prácticamente despoblados preguntándome si las tan altas expectativas que he cargado me dejarán disfrutar del sitio tal y como es. Dialogaba con aquellos y aquellas eminencias de montaña que vinieron y no muchos volvieron:

…me siento fascinado por lo innecesario, y las montañas tienen el valor que nosotros deseemos otorgarles. Dijo Reinhold Messner quien junto con Tenzing Norgay en 1953 fueron oficialmente los primeros en pisar la cumbre del Everest. ¿puede lo innecesario ser algo épico y rebosarnos de orgullo, alegría y satisfacción?

Y de esto parece tratarse el valor de “los objetivos” que nos propongamos, no importa la dimensión, el tiempo, el desgaste, el alcance. Su valor será el que le asignemos.

El transitar se vuelve mágicamente rutinario, un repetir mutante, lleno de éxtasis en sus sutilezas. Madrugar: certeza de luces nacientes contrarrestan la incertidumbre de las inclemencias climáticas diurnas. El frio, colado inherente en esta travesía nos traspasa, hiere, adormece sobre todo por las noches al acostarnos y no tener el calor de nuestro caminar. Colchas antiguas aplastan hasta los sueños.

El sendero transcurría por el filo, debajo un río arrastraba el agua de deshielo proveniente de la ladera del Annapurna. El sol fiel acompañante, la nieve comienzaba a aparecer jugando con el equilibrio de nuestros pasos al congelarse.

Hasta aquí habíamos cruzamos pequeñas aldeas rodeadas de indomables picos edificadas sobre laderas tan inclinadas que aparentan desmoronarse en cualquier momento. Todo lo construido está hecho en gran parte con el recurso principal: piedra. Caseríos (techos incluidos), pasajes, corrales, etc. Aún se ve arar la tierra utilizando tracción a sangre (de animales, obvio), sembradios en terrazas que desafian la gravedad, cabras y también kioscos que el turismo ha traído para vender necesidades innecesarias.


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Ya a casi 3500 msnm un nuevo participante se sumaba al exterminio del placer, un ser que puede ser diabólico, que te posee, que se vuelve parte y no hace excepciones de pasaporte ni vacunas. Una sustancia que sólo beneficia al trabajador, al local, al caminante de altura, al que viene a compartir sus días sin apuro, estar sin estar, a quedarse lo que el exija. El mal de altura tiene una penalidad natural que admiro, si pretendemos pasar por aquí rápido, superficialmente y sin distraernos el ataca, afecta, trae maldiciones. Es un gurú del aquí y ahora, un maestro del estarse quieto a contemplar, del respirar, del regresar necesario, el orador de un silencio sanador.

Desde afuera en cuenta gotas la información se filtraba utilizando caminantes recién llegados, posibles cierres de aeropuertos, de fronteras, pausa económica mundial, porcentaje de contagios, muertos en las calles, pasaportes prohibidos. Paranoia, todo suena conspiranoico, irreal. Al momento agradecido de este regalo de exclusividad (un lugar sin chinos). Enfocados en las gigantes de piedra y nieve seguimos moviéndonos.

Llegó la ultima noche antes del intento a la base del Machapuchare a unos 5500 msnm aproximadamente (los escaladores tienen prohibido ascenderla ya que es venerada por la población de la zona, pues representa el lugar sagrado del dios Shivá) Una de las pocas cumbres que quedan vírgenes y que esto se respete es mágico en tiempos de “conquistarlo todo”.

Muy temprano en la madrugada aún sin sol salíamos, un desnivel de casi 1500 metros nos esperaba. Fueron casi 5 horas de exigente y empinada caminata, con grados bajo cero y el hielo que hace dudar en cada paso. Los pocos turistas cercanos nos miraban como un empresario mira a un malabarista de semáforo sin bajar su vidrio ni cortar la llamada. Llegamos con la claridad de una naciente mañana. Esos amaneceres anhelados como pocos, esos primeros rayos de sol que apremian con algo de calor, esos baños de energía, de bondad, de alivio y esperanza. Los picos nevados alrededor, imponentes, dioses de lo simple, de lo inútil, del sin sentido comenzaban a iluminarse. Expectativas que parecen apaciguarse, un entorno que se agranda.

pd: hablando de gigantes, el recuerdo de un regalito a la distancia para mi mamá.


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Regresando hacia la ciudad, sin previo aviso, nos damos cuenta que debo girar a la derecha y abandonar a este hermoso grupo que continuarían su gira trabajando en un interesantísimo proyecto llamado: https://www.thestringproject.org que se ha ocupado en entrevistar a personas de todo el mundo para aprender de sus creencias, pensamientos e ideas.

Sin preámbulos me perdí en una interminable escalera de piedras que bajaba por una ladera con no menos de 2000 escalones. Escalera realizada a mano, sherpas que cargaban y traían las piedras de varios rincones para calzarlas con una paciencia y precisión extraordinaria dejando estos pasos accesibles para quienes circulen (con o sin habilidades). Pasillos naturales esconden los rayos de sol, la inmensidad de las montañas parece desperdiciarse frente a la pequeñez de nuestros cuerpos y pensamientos. Un sinfín de laberintos que circundan de aldeas en aldeas para conectarse, o conectarnos. Puentes.

Estar frente a las montañas más altas del mundo, su inmensidad, la frontera inalcanzable, las cimas indomables. ¿Qué nos han generado desde antaño?

¿Por qué las escalamos? Porque están ahí, dijo George Mallory, quien curiosamente desapareció cerca de los 8000 msnm intentando llegar a la cima del Everest en 1924, aún hoy perdura el misterio si llego a la cumbre. ¿le habrá importado? Nos cuesta sentir paz en el sin sentido de los argumentos. Y mientras escribo esta afirmación recuerdo los años en que he buscado el sentido a muchos acontecimientos de mi vida. Y la respuesta es siempre la misma. Caos, sin explicación, sin una razón lógica. Llenamos la mente de ataduras en busca de una explicación coherente que calme nuestra paz interior, nuestro ego, nuestras culpas. Muchos elementos para quien busca caminar liviano. Para quien desea animarse a rodar solo.

Descendí hasta el valle para poder enlazar el camino hacia el Campo Base del Annapurna. Un recorrido de casi 82 kilómetros de nivel difícil que alcanza su punto máximo a los 5400 msnm. Dicho camino no es recomendado en invierno debido a sus avalanchas, pero acá estaba, solo, enfrentándonos a todos los miedos internos, generados por factores también internos y externos.

Me comentaron que uno de los pasos se reabría al otro día porque una avalancha había matado a cuatro coreanos que habían pasado por allí justo cuando sucedió (también comentan que se detuvieron a sacar una foto).

Afecta el estar recorriendo un lugar que repentinamente puede enterrarte y quitarte la vida sin previo aviso. La nieve no cedía y continuaba ensanchándose. Las botas y bolsas de plástico comenzaban a fallar, el frio en los pies se incrementaban en cada minuto, pero ese padecimiento desquiciado, esa fragilidad que se palpita frente a tanta inclemencia, el ser ínfimo, banal me alimenta y me genera paz de una forma inexplicable que sólo se presenta en lugares y momentos como este.

Llegué al último refugio antes del campo base, lo que restaba era la parte mas riesgosa, un sendero que faldea las laderas mas empinadas de la base del Annapurna. Laderas cargadas de nieve y con riesgo de avalancha altísimo en invierno. Decidí irme a dormir y que el clima tome la decisión por mí, o mejor dicho no olvidarme que las montañas son quienes deciden, intercambiamos ideas y ellas devuelven echos.

Intercambio, de eso se ha tratado el migrar y somos parte de herencia inmigrante. Hay un elemento identificado (no exclusivo) argentino que abre puertas, que rompe fronteras como así también genera careos fronterizos de larga duración: El mate, nuestra actividad integradora, nuestro abrazo, el beso comunitario, este ritual tan simple pero cargado hasta el colmo de mañas, estilos y prácticas.

“Es como una infusión” le comentamos a cada sherpa curioso, y pocos se animan a probarlo. A veces aclaramos que no es droga. Tan naturalizado por nosotros tan peculiar para otros.

Esta ceremonia inofensiva puede llegar a desaparecer según rumores que llegan desde las ciudades. La muerte en el gigante asiático se propaga por el aire utilizando de puente nuestra boca, labios y saliva. ¿qué sucederá con nuestras bombillas y besos?

Nevó toda la noche, me desperté con casi un metro de nieve adicional. Nadie nos recomendaba ir, no solo por la ida sino porque en caso de continuar nevando el regreso iba a ser si o si un rescate en helicóptero que costaba casi USD 2000. ¿Valia la pena arriesgarme? ¿Qué es lo que vale la pena? ¿llegar? ¿el desafío? ¿la historia contada? ¿la sensación próxima a la muerte? ¿vale para nosotros o para los demás?

El tiempo corría y había que tomar una decisión ya que el camino de regreso también se ponía peligroso y había que volver a pasar por las zonas de avalanchas. Regresé, el mal de altura me apoyaba en la decisión y el frio me recordaba al oído de unas aguas termales que estaban tres aldeas debajo.

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Puentes, las maravillas de estas tierras, rutas colgantes que intimidan al más valiente. Al bajar, la nieve se convirtió en lluvia y por más trivial que parezca este pensamiento, el mismo suceso que varía según la altura puede convertirse de belleza a una tortura. Pienso en la vida, en los dolores y alegrías, en si son tan relativos como lo es la nieve y la lluvia. Que puentes debemos cruzar para cambiar la perspectiva, la afección hacia nosotros. No lo sé, si estoy seguro que como aquí, los puentes son largos, intimidantes, dan desconfianza y deben atravesarse sin compañía, lentos y decididos.

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Una fogata bajo techo me invita a frenar la marcha, recuperarme, volver a sentir mis manos, secar mis pies. Unos sherpas del lugar contemplando el fuego y hablando entre ellos me invitan una bebida alcohólica como si fuera agua ardiente llamada roski o algo así. Luego de tomar varios vasos y poder relajarme al sacarme la re-presión de la madre naturaleza sobre mí, empecé a sentirme parte de esa fogata, de esa lengua inentendible, del crepúsculo, de esa simpleza. Llego la noche y no me percaté, había seguido viajando hacia otro lugar: estaba caminando por montañas aun mas altas, filos mas empinados, bosques más frondosos, nieve que no quemaba, lluvia que no mojaba, frio que acariciaba y una soledad que no hería. Sonreí sin previo aviso, como una tormenta, como una avalancha. Solitud.

Se anuncian los primeros casos de esta cosa llamada coronavirus en Europa (ahora si le importan al mundo). No creo que sea tan grave. Seguiré hacia India y veremos qué pasa, como mucho durará un mes…!que iluso!


Periodista: ¿Por qué usted no aparece en ninguna foto?

Sherpa: Por que yo al turista le llevo todas sus cosas. El sólo lleva su cámara.










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